Cibermitanios

La paradoja de Teseo

(y el barco cuántico de uno-mismo)
¿Qué –o, mejor dicho, cuánto– de uno mismo debe permanecer idéntico a través del tiempo para que se nos siga considerando la misma persona? Tal vez sea imposible seguir siendo parecido a uno mismo y se equivoquen por completo quienes dicen que "la gente no cambia". La asombrosa respuesta podría surgir de tu propia cabeza al leer lo que sigue. Pero, primero, te invito a descifrar el siguiente misterio...



A diferencia de la ceguera al cambio, donde un parpadeo interrumpe la atención como un fantástico rayo borrador de la memoria (lo cual me recuerda recomendarte que veas Blink, probablemente el mejor episodio de Doctor Who), en este caso se trata más que nada de simple distracción. Es tu atención y nada más lo que se interpone entre tu consciencia y los 21 cambios que ocurren a lo largo del video.



Tanto la oscuridad como el destello al menos nos alertan de que algo podría estar cambiando. Pero en la vida real las cosas cambian despacio y, generalmente, cuando no las estamos viendo.

21 cambios quizá no sean mucho, pero imaginemos en su lugar un video de algunas horas con miles de imperceptibles transformaciones escénicas que lo terminen transformando en un 100%... Apuesto a que ni siquiera notaríamos si cambian los actores.

Suena extremista, pero tomemos un caso de la vida real: Si te muestro cómo eran Facebook o Cibermitanios hace un par de años, con miles de sutiles cambios que acumulados los trasformaron radicalmente... Probablemente, ni tus amigos en Facebook (los actores) sean ya los mismos.

Todo esto nos acerca a la paradoja de Teseo.


Paradoja de Teseo

Barco de Teseo
Si tengo una computadora y le cambio la memoria RAM, más tarde actualizo el procesador, luego compro otro teclado, etcétera hasta haber reemplazado absolutamente todas sus partes, ¿sigue siendo la misma computadora?

Y, si luego tomo todas las partes que le quité y con ellas construyo otra computadora, ¿cuál de las dos sería la original?

La paradoja de Teseo se suele ejemplificar con un barco, pero hay una razón por la que lo reemplacé por un ordenador: éste tiene software, un concepto que nunca está de más cuando se buscan metáforas relativas a la vida.

Si bien es poco probable que esto ocurra, ya sea con un barco o con una computadora, hay otros casos más cotidianos y relevantes...

Imaginemos, por ejemplo, un equipo de fútbol hipotético que en un par de años cambió todos sus jugadores y directivos, mudó su sede y hasta modificó el diseño de su camiseta, y, sin embargo, millones lo aman como si fuera lo mismo en algún aspecto, aunque sólo haya conservado el nombre. ¿Es suficiente para decir que es el mismo equipo?

Sobran ejemplos como este, y ni hablemos de política y otras áreas propensas a generar pasiones y definir futuros. Lo inevitable es que este flujo de cuestiones desemboque en la pregunta por el "yo".

Ya sabemos que todas nuestras células cambian en cuestión de meses, que ningún átomo permanece en el mismo organismo luego de unos años y que hasta los propios contenidos mentales, lo abstracto, va mutando: cada recuerdo cambia según se evoca y se vuelve a guardar, las ideas y emociones fluctúan, el comportamiento se transforma y, por supuesto, hasta nuestra historia cambia con cada paso que damos o evitamos dar.

Por eso Plutarco dijo que Ningún hombre puede cruzar el mismo río dos veces, obviamente, porque ni el hombre ni el agua serán los mismos nunca. Y, si Plutarco lo dijo, yo le creo. Porque Plutarco se bañaba todos los días, pero nunca en ríos congelados.


Principios, fines y procesos

Flor de proceso
Podemos decir, concordando con grandes pensadores, que todo tiene una parte que cambia con el tiempo y otra que no; una "esencia" y una "sustancia" –dirían algunos–, aunque definir la primera puede no ser tarea fácil. Pero no desesperes, porque tengo un equipo de filósofos altamente entrenados trabajando en eso desde hace 2.500 años. Digamos, por ahora, que las cosas tienen una "función" y una parte material que lleva a cabo dicha función.

Un navío, una máquina informática y hasta un equipo de fútbol tienen funciones, propósitos, fines contemplados desde el principio que subsisten al cambio, aunque más no sean que el fin de llevar el propio nombre adelante a pesar de los cambios que éste representa. Pero el río no tiene propósito porque no tiene diseño; el hombre, quizá mucho menos, o bien tiene un propósito cambiante y autodefinido al que llama "libre albedrío", tan libre como es el curso del río a través de los siglos.

Nuestra propia esencia es el cambio; somos procesos (de la raíz latina procedere, "ir hacia adelante"), cambios en una dirección común (dirección que también cambia); somos evolución física y psíquica, procesos.

Tanto es de este modo que, si tras una larga cortina de años un hombre vuelve a encontrar a un viejo amigo y le dice: "Estás cambiado", el otro podrá responder con naturalidad: "Sí, me deshice de todas mis antiguas células; estas que ves, son todas nuevas. Incluso hoy me fabriqué cincuenta pelos nuevos". Ahora el viejo amigo sabrá que nunca conoció al cuerpo que frente a él escupe palabras. Sin dudas, habrá acumulado nuevas experiencias que lo transformaron –pensará, mientras intenta identificar algún pelo conocido–. Se preguntará, quizá, qué puede haber también cambiado dentro de su mente. De enterarse de que por un desdichado accidente sufrió amnesia total, tendrá seguridad de que no conoce a esa persona en absoluto. Sólo conoce su pasado.

Y eso es, después de todo, lo que conocemos de todos nuestros amigos.

Dispuesto estoy a admitir que sus detalles genéticos seguirán siendo más o menos los mismos y que seguirán dictaminando una estructura similar, como seguramente eran los mismos los planos de construcción del barco de Teseo cada vez que un obrero los desplegaba para reemplazar una tabla rota.

Pero... ¿"los mismos"? ¿Qué significa eso? En cualquiera de los casos citados, llámense "barco", "computadora", "río" u "hombre", la cantidad de lo-mismo frente a lo-distinto que viene y que va es ínfima, cuando no meramente ilusoria, conceptual.

La Filosofía dice que dos cosas son lo mismo si comparten todas las cualidades; que algo tiene identidad si es idéntico a sí mismo. Esto parece estúpido hasta que nos sentamos a pensar que no somos idénticos a lo que fuimos ayer o el año anterior y que, por lo tanto, no tenemos identidad alguna en este sentido estricto. Sobre todo si nos sentamos a pensar en el inodoro, tal vez haciendo pis mientras tomamos agua (un gran experimento filosófico).

Hegel diría que el yo de hoy está en permanente lucha con el yo de ayer. Quiere tal vez librarse de él, ser él mismo... ¡pero otro, no el de ayer! Eso sí que es una paradoja, un capricho del ser.

Para suavizar esta contradicción, miremos un video de lava sobre hielo...



Ahora que refrescamos la vista con ardiente lava, prosigamos con esta indagación que acaso no tenga respuesta formal jamás, porque ¿de qué nos sirve que la ciencia corrobore que todas las partículas elementales son idénticas si los átomos se nos caen en un permanente otoño?

Parece que querer ser lo-mismo es demasiado pretencioso para un ser que cambia más rápido de piel que de vestuario. Deberíamos conformarnos con seguir siendo uno-mismo, es decir: seguir siendo reconocibles como unidad a pesar de los cuantiosos cambios.


Quanta

Montón de arena
Hablamos antes de qualia, y se vuelve necesario en este momento completar con la noción de quanta (plural de quantum), que gentilmente acabo de inventar para deleite de tu yo de mañana: una es la cualidad; otra, la cantidad. Somos un quantum de qualia, una cantidad de cualidades, pero una que cambia.

Otras cosas tan abstractas como el hombre tienen quanta difícil de determinar.

Si toco una sonata de Chopin casi a la perfección pero erro una nota, ¿sigue siendo la misma obra? Y, si erro dos, o la mitad, ¿cuándo deja de ser "la sonata de Chopin"? Y, si el mismo Chopin la tocara con pequeñas variaciones, ¿no seguiría siendo "la sonata de Chopin" y al mismo tiempo una nueva obra cada vez? Y, aunque se tratara de una grabación que escuchamos por radio, ¿no sería otra obra también por las imperfecciones únicas de cada transmisión, por las cualidades de los parlantes, por las interferencias del ambiente donde se reproduce y hasta por el estado mental mismo del oyente?

Desde este punto de vista, es imposible (y, por ello, absurdo) intentar definir cuándo empieza una vida humana: quizá nunca llegamos a completar los requisitos... o tal vez lo logramos, según nuestra propia definición de "vida", en el momento de morir, único verdadero destino común (paradoja suprema para reventar cerebros en un debate acerca del aborto). Es imposible, decía, definir qué es "ser uno" más allá de compararlo con un montón de cosas que cambian.

La gracia de lo viviente está en cambiar, en explorar las posibilidades de ser entidades cuánticas y cuálicas, indefinidas cantidades de cualidades. Pero, ¿cuánta qualia hace falta conservar para seguir siendo uno mismo –el mismo montón, el mismo quantum–?

Se me ocurre que, tal vez, uno sigue siendo uno mismo sólo porque tiene conocimiento del otro-mismo que hubo en su lugar, de todos los otros que fue (y ya no es). Quizás uno no tenga conocimiento total, pero sin dudas tiene un puesto privilegiado. Nadie más puede ser uno mismo (y esa es la razón por la cual nadie puede decirnos quiénes o cómo ser).

Bajo esta lente filosófica, la que muestra que somos la suma y la resta de los que fuimos, cuanto más cambiamos, más nosotros mismos logramos ser.