Cibermitanios

Gestalt: Principio de semejanza

Una de las cosas que nuestras mentes hacen automáticamente.
Por si te perdiste: Estamos describiendo los mecanismos de la mente, aquello que nuestros cerebros hacen automáticamente. Pero reiterar es redundante; iterar es suficiente. Y en esta iteración veremos uno de los más comunes y evidentes (obvios) modos en que la percepción mecaniza y define nuestras personalidades. Comprenderlo implica una pequeña posibilidad de controlar nuestras vidas más conscientemente...

Principio de semejanza

Aparentemente, no habría mucho que decir acerca de esta inclinación de la mente humana: miramos esta imagen y vemos filas en lugar de columnas, además de percibir veintiocho pentágonos en cuatro grupos de dos categorías cromáticas –demasiada información sin siquiera haber pensado–. Pero, curiosamente, porque parece no necesitar descripción es que nunca se la describe, y precisamente por eso necesita descripción. Así funcionan las apariencias. (En cuanto a las letras del gráfico, al igual que el teclado QWERTY, han sido aprobadas por la dADM.)

Va quedando claro que percibir es agrupar conceptualmente lo captado por los sentidos. Y esta ley describe, a diferencia de la de proximidad y en lugar de por sus relaciones con el espacio (que no deja de ser un grupo: de puntos donde no hay objetos), cómo usamos características inherentes a cada cosa para organizarla dentro del todo. Esto puede parecer extremadamente obvio, y ese es el peligro: en su etimología, este término define el "camino más cercano": obvio es el camino que se presenta ante la vista sin que le prestemos atención, muchas veces descartando valiosas alternativas. Luego veremos lo no obvio de esta ley fundamental de la mente humana.

Antes voy a disculparme por interrumpir mi propio monólogo, sólo para interceder a mi favor –porque voy perdiendo– y aclarar que muchas culturas no conocen las distinciones primarias que Occidente aprendió a enseñar. Por ejemplo señalé en otra ocasión el caso de una cultura aborigen para la que el pasado es algo que está por delante porque se puede ver. Para otras, los pensamientos son cosas de naturaleza indistinguible a la de una puerta o un árbol, son fenómenos externos que se experimentan sin que uno pueda hacer nada para controlarlos. Sin llegar a tal extremo, en este texto me referiré a los fenómenos mentales como a cosas, de la misma índole que cualquier otra. Aquí no habrá favoritismos: serán cosas las mujeres, las estrellas, el tiempo, los sueños y las cosquillas.

Las palabras también son cosas. Cuando buscamos mentalmente una en particular, configuramos una especie de diagrama de Venn con las palabras más próximas al significado requerido ("próximas", en un espacio mental, significa "semejantes"). La palabra "perfecta" para definir lo que uno quiere decir es la que pertenece a la mayor cantidad de conjuntos del diagrama a la vez o viene a rellenar un hueco conceptual entre ellos.

Proximidad de conceptosQualiaRealidad

Además de ser cosas, las palabras representan cosas, lo cual significa que para nosotros las cosas a las que éstas apuntan también están solapadas de un modo complejo que depende del vocabulario conocido. Si hubiera una palabra para cada cosa, este blog cabría en un tweet. (En verdad, la palabra que lo define perfectamente existe y es "Cibermitanios", pero me está tomando bastante tiempo definirla; por ahora digamos que es una cosa extremadamente inteligente y sexy.) Pero no la hay, y si debo definir, por ejemplo, mis costumbres alimenticias, diré que soy ovolactovegecarnivoro.

¿No es curioso que utilizara un diagrama de Venn al hablar sobre proximidad y semejanza? ¡Esto de tener una mente privilegiada no deja de sorprenderme! Es que me da la impresión de que la semejanza ocurre allí donde la proximidad entre dos cosas excede un límite conceptual y ambas se besan. Y, si se besan lo suficiente, se manosean, se empiezan a sacar la ropa... ya sabemos lo que pasa: puede nacer una nueva cosa.

Todo esto viene a que una cosa es una cosa por sus diferencias con otras, o al menos así la identificamos, de modo que la presente ley psicológica no es de semejanza sino de diferencia. El mecanismo gestáltico se activa cuando las cosas comienzan a separarse, y es en los intersticios donde surgen los significados. Si no hay nada con qué comparar lo observado, no hay percepción, cae la mente hacia la indiferencia proverbial del cero como el termómetro cuando la temperatura desciende. La percepción necesita la diferencia como el mercurio al calor, y a menudo hay que buscarla conscientemente... o caer en la tediosa relación entre la inercia y lo inerte.

Pese a que lo semejante es obvio y no requiere ser buscado, en la cotidiana búsqueda de lo semejante dejamos pasar todo lo diferente, valioso alimento de la percepción. Me preguntarás cómo salir de este dilema. Luego me pedirás que te prepare un sándwich de verdades mientras le hago masajes a los pies de tu existencia. Lo que se haga con esta información depende de cada uno (o, como siempre, quedará en manos del destino... aunque debo advertir que el destino tiene Parkinson).

Suele hablarse de forma, tamaño y color como detonantes de este artefacto intelectual, pero hay muchas más: en una composición musical compleja, el sonido característico de un instrumento nos permite seguir su melodía entre otras (de hecho, se podría –y haría bien en intentarse alguna vez– describir la Música en función de las tendencias gestálticas; lo sé porque tengo mucho oído... u odio... no escuché bien lo que me dijeron); también hay cierta dificultad extra en organizar el texto dejado por un asesino con letras extraídas de periódicos, porque su discontinuidad visual lo hace ser percibido como fragmentado; siempre es más fácil ver soldados en lugar de individuos uniformados; y un etcétera que haría de estas páginas la descripción total del conocimiento humano...

Al fin, le damos una única entidad a lo semejante en algún sentido, a veces (que en la eternidad es siempre) confundiéndolo en otros aspectos que pueden ser más importantes. De hecho, en el mundo real las cosas suelen siempre tener más diferencias que semejanzas, pero las seguimos agrupando por su fracción similar (esta es la parte no obvia, que surge de examinar lo evidente). De esa falta de rigor nacen conductas e inclinaciones racionales del tipo que harían un buen argumento extraterrestre para demoler la Tierra si hay que construir una autopista galáctica.

Simpatizamos y nos agrupamos con personas y entidades semejantes, rechazando en mayor o menor medida a las distintas. Lo absurdo de la discriminación racial no puede ser más claro que desde este punto de vista. Y esta ley fluye con todo otro pensamiento cotidiano: erosiona las pendientes mentales creando surcos y cauces que guían el comportamiento, se infiltra en las grietas de lo consciente arrastrando sedimentos irracionales y desemboca superficial o subterráneamente en la marejada social para sublimarse y volver a precipitarse sobre las escarpadas circunvoluciones psicofísicas del Hombre, forjando cada vez más aristas de las que nacen como ríos los comportamientos obsesivos: del racismo al veganismo, todo "ismo" –sufijo de tendencias excesivas, modelos para ya no tener que volver a pensar–. Obvio.

Lo ideal sería evaluar en cada situación presente qué es lo óptimo y adecuado –que en la mayoría de los aspectos de la vida se trata de un balance de alternativas, un equilibrio–, ser amos de nuestra propia geografía –un tema de profundo contenido superficial– y guardianes de la compleja hidrología social con la que discurre el destino humano –habitualmente a la deriva–. Eso sería percibir a propósito. No hacerlo es la fórmula infalible de la mediocridad.

Perdón por la interrupción.

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