Cibermitanios

10 experimentos psicológicos curiosos

Porque, si hay algo curioso, es la mente.
Tal como demostraran los 10 experimentos científicos curiosos, eso que llamamos avance es en realidad la punta de un iceberg de basura -como cuando nos sacamos cien fotos y sólo una es apta para consumo humano en Facebook-. La mayoría de los experimentos carece de conclusión relevante alguna, y otros concluyen cosas bastante cómicas. Sin embargo, hasta lo ridículo puede esconder una pequeña verdad...


Alcance del chorro según la presión social



Ya sabíamos que hay ciertas reglas naturales para orinar en público, ya que se trata de un proceso cuasi-cuántico altamente susceptible a la invasión del espacio personal. Pero un investigador fue mucho más allá de estos patrones del sentido común colocando micrófonos ocultos y falsos espejos delante de los mingitorios y observando atentamente desde el otro lado. Este héroe de la psicología midió detalladamente los milisegundos de retraso en el inicio del chorro, así como su persistencia, caudal, velocidad y otros datos de extrema importancia. Lógicamente, el resultado fue que, cuanto más cerca estaba un hombre de otro, más tardaba en comenzar la tarea y menos fluida resultaba. Este y posteriores experimentos con mayor tecnología determinaron que, respecto de la absoluta privacidad, el retraso promedio en comenzar a orinar es de 1,4 segundos teniendo un extraño situado a un orinal desocupado de distancia, mientras que con el intruso justo al lado es de 3,6 segundos.


Pensamientos incontrolables causados por los pelos de la nariz y las orejas



Aunque suene traído de los pelos, hay una coincidencia: si a uno le crecen pelos en la nariz o las orejas, inmediata y automáticamente se le generan pensamientos negativos. Pero lo más interesante es que, a la inversa, tener pensamientos negativos hace que a uno le crezcan pelos en el exterior de la nariz. Al menos eso asegura el informe de unos investigadores canadienses, ya que en Canadá no hay mucho para hacer y uno se pone a contarle los pelos a los osos y otras cosas sin las cuales prácticamente no existiría la Psicología. Dicho sea de paso, la Psicología tiene el pequeño efecto secundario de causar daños psicológicos; es decir, ahora no sólo andarás preocupado por si tu novia se parece a tu mamá, sino que también harás como Henrik Ibsen, quien, además de ser un excelente escritor, tenía un espejo pegado dentro del sombrero, y vivirás pendiente de los pelos que te adornen los sentidos. Agradezcamos, al menos, que aún no se hayan analizado los efectos capilares en otras partes del cuerpo humano. Pero cuando ese día llegue, hermanos monos lampiños, recordemos las palabras de Ibsen, quien escribía sólo porque su esposa lo obligaba: Si dudas de ti mismo, estás vencido de antemano.


Mecanismo defensivo flatulente



En una esotérica tarde de 1996, una psicóloga descubrió que su paciente había desarrollado una técnica defensiva muy particular: al sentirse amenazado, se envolvía a sí mismo con sus propias flatulencias, como emanando un denso campo de fuerza y "protegiéndose" así al encontrarse impregnado en un aroma familiar. A lo largo de su dramática vida, la técnica de la nube de pedos literalmente lo salvó durante varias crisis psicológicas que podrían haber destrozado su personalidad (un poco más). Esta curiosa criatura, que se le antoja a mi imaginación desplegando en un oscuro callejón su capa protectora, como Batman (pero no), y cuya cabeza tendría un precio firmado por todas las grandes fábricas de ascensores, no era la única de su especie, aunque no todos hacían lo mismo conscientemente. Pensándolo bien, no es una idea tan mala; después de todo, es eficaz para marcar territorio, pero parece claro que la investigadora ignoraba que hay también un reflejo de evacuar los intestinos ante el peligro, dictado por el otro cerebro para evitar infecciones en caso de heridas. Lo que quiero decir es que no todos los problemas mentales son de la cabeza, y que quizás hagan falta psicólogos intestinales para tratar los problemas de biiiip que tiene la gente.


El transporte de libros y el sexo



Otro indispensable estudio psicológico reveló que las mujeres son más propensas que los hombres a llevar sus libros al frente del cuerpo. No es mucha revelación pero sí una buena demostración científica de esa escena que ahora reconstruye tu imaginación: la clásica estudiante de las películas que suele llevar sus libros apretados contra el pecho. Yo creo que esto es probablemente un reflejo maternal, o que quizá los usan como escudo (¡es mejor que los pedos!), ya que cruzar los brazos de tal modo es una evidente actitud defensiva, o tal vez para ocultar la impúdica y deliciosa para otros metamorfosis que sufren sus cuerpos al comenzar a abrirse las puertas de sus laboratorios de incubación homosapiensal. Mientras tanto, al estudiante varón promedio les cuelgan a un costado (me refiero a los libros), y creo que probablemente sea un eco biológico del portar un arma mejor que un escudo, o de arrastrar a la mujer por los pelos. Como sea, lo importante es que no hay detalle tan estúpido como para no encerrar algún misterio.


Uno es lo que lee



El año pasado, un par de psicólogas hicieron que 140 participantes leyeran, los de un grupo, Harry Potter, y Twilight los del otro. Sorprendentemente, el objetivo del experimento no era ver cuántos se suicidaban antes de la tercera página, sino observar los cambios en la forma en percibir y apercibir de los individuos. El cuestionario posterior reveló que los lectores se convirtieron en "magos o vampiros psicológicos", identificándose no sólo con las criaturas sobre las que habían leído sino también con sus mundos, incluso adoptando inconscientemente comportamientos similares, dentro de lo que permite la realidad. Esta "asimilación narrativa" estaría relacionada con la poderosa necesidad humana de sentirse perteneciente a un grupo. Un extraño experimento como este puede explicar también extraños fenómenos: por ejemplo, el cosplay, o el de que, de tanto leer la Biblia, las personas se vuelvan incoherentes. No sé en qué se convertirán los lectores de este blog, pero me deslindo de toda responsabilidad.


Superstición animal



En uno de los capítulos más conocidos de la Psicología, un tal Skinner metió palomas en cajas y les dio alimento cada 15 minutos. Poco tiempo después tuvo que llamar a sus amigos para no reírse solo: las palomas se habían vuelto locas. Cada una había adoptado una conducta sumamente extraña y diferente a la de las demás: una estiraba y retraía su cuello sin parar, otra caminaba frenéticamente en círculos, otra tenía la cabeza pegada a una esquina de la caja, y así. El experimento que pasó a llamarse "la Caja de Skinner" demostró que las palomas asociaban la comida con lo que estaban haciendo la primera vez que se las alimentó; de algún modo, creían que era una recompensa por sus acciones. Esto fue comprobado luego con ratas y otros animales dando siempre resultados similares: acciones repetitivas irracionales basadas en el azar: superstición (en latín: demasiada persistencia). Y no hay ser más amigo de la persistencia que el humano. La memoria es persistencia. La historia personal es nuestra caja de Skinner.


Similitud facial en parejas a lo largo del tiempo



Una detallada investigación reveló que las personas que llevan más de 25 años en pareja tienden a desarrollar los mismos rasgos faciales. Por supuesto que después de pasar un cuarto de siglo atado a otra persona es normal que ambas tengan cara de culo. Pero la investigación incluye otras características no tan fáciles de explicar. Aparte de la lógica posibilidad de que uno elija una pareja con ciertos rasgos familiares, el hecho de que al transcurrir el tiempo aparezcan nuevas características en común requiere otra hipótesis. Factores compartidos como la dieta y el entorno pueden influir, pero la conclusión de los investigadores es que el parecido es en realidad un eco emocional, una imitación inconsciente de los gestos del otro: una forma particular de sonreír, por ejemplo, con el tiempo va horadando ríos sobre la piel y promediando los paisajes faciales. Así terminamos pareciéndonos a nuestros otros no sólo en los hábitos psicológicos y de la conducta, sino también morfológicamente.


Miradas que matan



A primera vista, este experimento puede no parecer gran cosa, pero una variante lo vuelve más interesante e insospechado: si te paras en una esquina donde de ambos lados la gente forma fila tras una luz roja y miras fijamente a uno de los peatones, notarás que éste se marcha con mayor velocidad que el resto. Al menos así debería ser de acuerdo con un experimento de 1975. Ahora, la variante interesante es dejar caer una bolsa al suelo cuando la víctima de la mirada se esté acercando en su huida. Si es una mujer -y si la profecía psicológica se cumple-, de entre los transeúntes será ella la que se detenga a ayudarte a recoger los consoladores o lo que sea que hayas puesto en la bolsa (40% más de probabilidades); en cambio, si es un varón se mostrará menos caritativos que de costumbre (un 28% menos). Lo importante -concluye el estudio- es que la simple caída de algo parece cambiar completamente el significado de la mirada, amenazante en un principio, más tarde quizá conductora de un vínculo emocional. O quizás -agrego yo- es la mirada la que cambia el significado de la caída. De cualquier modo, es una cuestión de contextos, y seguramente prestamos más atención a los demás si establecemos con ellos un contacto visual ;)


La ilusión de la mano de goma



Este experimento es así: le muestran a una persona cómo golpean una mano de goma, mientras que su mano verdadera está oculta de su vista y es golpeada simultáneamente. Por qué lo hicieron, no lo sé, pero resultó que la gente cree que la mano de goma es la suya, incluso sabiendo que no lo es y hasta intentando protegerla de nuevos golpes. Nos sirve como excusa para explicar algo fundamental: hay dos formas de describir los procesos que lleva a cabo el cerebro: Top-down (de arriba hacia abajo) y Bottom-up (de abajo hacia arriba). Se consideran "abajo" a los sentidos, como si fueran periféricos de entrada de una computadora, mientras que serían "superiores" los procesos informáticos realizados en el cerebro; en consecuencia, la reacción ante este experimento puede verse en principio como Bottom-up, en donde el ojo ve y la mano siente el golpe y luego el cerebro interpreta ambos estímulos como pertenecientes a un mismo fenómeno. Pero más tarde se genera un condicionamiento: el cerebro ya "cree" que esa es su mano y esperará el dolor al ver acercarse el impacto, transformándose en un proceso Top-down, es decir, mental, psicológico, psicosomático, como la mayor parte de nuestras experiencias cotidianas. ¿Para qué interpretar, si podemos adivinar?


Medios, mentira y miedo



Normalmente, los investigadores deben preparar minuciosas condiciones para un experimento psicológico, pero Halloween de 1938 regaló una oportunidad extraordinaria para estudiar la estupidez un fenómeno psicológico masivo: Orson Welles transmitía su versión radial de La guerra de los mundos, y cerca de un millón y medio de personas no comprendió que era una dramatización. Inmediatamente, el psicólogo Hadley Cantril comenzó a entrevistar gente y descubrió que: El 36% de los oyentes creyó inmediatamente la "noticia" y no hizo absolutamente nada para corroborarla, reaccionando como el pánico lo permitía: paralizarse o huir. Otro 22% dudó, pero se unió al espanto al ver la reacción popular. En todos los crédulos había una relación con su formación: 28% eran universitarios, 32% tenían estudios secundarios y un 40% sólo había cursado la primaria. Pero los más proclives a la confusión fueron los religiosos, justificando algunos la ilusión como un merecido castigo divino. Evidentemente, los medios de comunicación masiva -unidireccional- pueden causar estragos1, aún cuando el mensaje se oponga a toda lógica o experiencia directa, y especialmente cuando éstas no están bien ejercitadas.

Moraleja: la sociedad no piensa; y a veces, si no es posible pensar, al menos hay que asomarse por la ventana.