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La paradoja de Abilene

Sobre cómo una paradoja monumental puede originarse a partir de pequeñas ironías.
Plantas o animales, insectos o humanos, nazis o cristianos, todos los seres vivos nos acomodamos al entorno, y nuestro entorno en particular –de animales sociales– incluye otros cerebros y, junto con ellos, una enorme cantidad de cosas virtuales, como el comportamiento y las ideas. Pero a veces esta conducta conformista puede resultar destructiva, como en los siguientes escenarios...

Situaciones como esta ocurren a menudo:

Paradoja de Abilene

Sí, ya sé que no te invitan a Abilene a menudo. Lo que sí suele ocurrir es que alguien propone algo, pensando que a los demás les gustaría, y los demás aceptan la propuesta, creyendo que le gustaría a quien la propuso.

En grandes grupos, los últimos en opinar están cada vez más condicionados por la supuesta adherencia de los que opinaron antes, creando una ilusión de unanimidad aún mayor. Pero todos terminan haciendo algo que nadie quiere. Y eso es una paradoja.

Nadie objeta nada porque todos temen que sus deseos vayan en contra de los deseos grupales, lo cual nos revela el primer error: en realidad, no existe tal cosa como un deseo grupal; sólo las acciones lo son si los deseos se promedian.



Este círculo de concesiones se ha denominado "paradoja de Abilene" y demuestra que la inteligencia colectiva se ve nivelada por otro fenómeno emergente: la estupidez humana –que, por razones obvias, es más contagiosa que la inteligencia–.

Cuando se trata de grandes masas, la paradoja se vuelve peligrosa: "¿Qué les parece si matamos a todos los judíos?". Pero no hace falta ir tan lejos para que ocurra la paradoja: Dos personas ya son un grupo.

Mini-paradoja de Abilene

No es un misterio –como lo es la razón de que los meteoritos siempre aterrizan en cráteres–: Dos cerebros piensan peor que uno si no están bien comunicados. Y esto es verdad incluso si ambos cerebros piensan muy bien por separado. No basta con añadir caballos al carruaje si cada uno tira para distinto lado.

Comunicarse es difícil, especialmente en grandes grupos. Los milenios de prueba y error que llamamos evolución abrieron atajos neuronales en cada cerebro nuestro para que podamos evitar el conflicto con el prójimo. Una ventaja vital que asegura la coordinación masiva.

Si uno nunca vio ni oyó acerca de una estampida de elefantes en celo, es buena idea imitar a los demás si la mayoría corre con las manos cubriendo sus traseros. Incluso es recomendable gritarle a los demás que corran, por las dudas, aún en ausencia de todo órgano sexual paquidermo.

Pero este mecanismo, útil para evitar el conflicto, se convierte en el enemigo cuando el conflicto no existe, cuando la mayoría está equivocada o cuando simplemente nadie tiene idea de lo que está pasando, como en la fábula de los monos y la escalera.

La paradoja (todos haciendo algo que nadie quiere) se origina por otras pequeñas paradojas: cada uno pensando una cosa y diciendo otra. Y el responsable de tal ironía es el miedo, capaz de hacernos cambiar preferencias, expectativas e ideales para conformarse a la norma, aunque lo normal sea espantoso.

Ironías

No cuesta darse cuenta de que antes que cambiar de opinión por miedo es preferible hacerlo por reflexión. Por miedo, da lo mismo cualquier alternativa, ¡aunque sea la peor! Por reflexión, se puede dar con una mejor opción y hasta es posible inventar la Teoría de la Relatividad.

A nivel social, la paradoja de Abilene guarda similitudes con el fenómeno del tabú, caso en el que las personas se guardan sus opiniones (e incluso se abstienen de pensar) por no contrariar a la manada. Pero callar en un mal momento es no saber callar; y no saber callar es no saber hablar. Y callar es.

Un pensador autónomo se vería tentado a confiar en que todo esto tiene fácil solución, que basta con abrir bien los ojos y liberar la voluntad, pero puede que no sea tan fácil, o que incluso resulte imposible. Lo que acabamos de ver es sólo la punta del iceberg...

La conformidad al grupo se manifiesta desde las profundidades de lo inconsciente, como veremos en el próximo post. Mientras tanto, te dejo con una reflexión infinita: ¿Vamos a Abilene?