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La ley de Humphrey (o el dilema del ciempiés)

Las habilidades más elevadas son totalmente inconscientes.
Hay hombres, grandes estudiosos del misterio de ser un misterio, que dedican todas sus vidas a investigar y desentrañar un pequeñísimo aspecto de la realidad, y resumen todo ese conocimiento con una frase o una ecuación, una imagen o una melodía. Ser recordado por una cosa –y por sólo esa cosa– es un gran halago, porque ya no se puede pensar en esa cosa sin recordar a la persona. Tal es el caso de George Humphrey...

Humphrey fue un psicólogo experimental y filósofo que –en una desafiante redundancia– estudiaba el aprendizaje. Hizo varios descubrimientos acerca del papel del condicionamiento y de cómo una secuencia de pensamientos es gobernada por la motivación. Pero la gran cosa por la que lo recordaremos hoy es su ley epónima:

La atención consciente a una tarea normalmente realizada de modo automático perjudica su desempeño.

Podemos intuir rápidamente su verdad, y más claramente si acotamos que la Ley de Humphrey también es conocida como "El dilema del ciempiés". Uno puede imaginarse los inconvenientes de tener 50 pares de patas, entre los que puedo contar desde subir un escalón hasta bailar flamenco (sin decir una palabra acerca de zapatos femeninos).

Pero lo importante es que el ciempiés rara vez tropieza, porque no tiene que pensar en mover sus patas, en cuyo caso parecería un dragón chino alcoholizado. Simplemente lo hace, con natural gracia, como nosotros desde cierto punto de nuestras vidas auto-matizamos el acto de caminar, de hablar y de cientos de cosas que nos toman meses o años aprender.

Sin embargo, hay veces en las que una práctica automática es interrumpida por un pensamiento consciente. El efecto de esta interrupción –llamada hiperreflexión– es devastador: En lugar de hacer caso a su "instinto", el futbolista analiza demasiado el viento y le pega un pelotazo a un cóndor, los escritores se babean frente a una página en blanco y los espejos pasan horas reflejando a la misma mujer con diferente ropa.

Cabe preguntarse entonces si los buenos jugadores de ajedrez, que pasan horas o días pensando cada movimiento, realmente saber jugar ajedrez. Probablemente no tan bien como sabe mover las patas el ciempiés.

Dicen que la práctica hace al maestro, aunque es más bien la automatización. La practica hace al aprendiz; el que practica, fija. El maestro ya no necesita practicar –porque su habilidad está fijada– ni pensar en lo que hace –y quizá por eso es que puede enseñarlo–.

Si deducimos de todo esto que la maestría, la habilidad o competencia es la capacidad de realizar una tarea sin prestar atención a sus rutinas, nos llevaremos de regalo una asombrosa revelación: lo más alto en la jerarquía de las habilidades es inconsciente.

Pirámide de competencias

Es cierto que, cuanto más uno sabe, menos necesita pensar. Pero esa es una visión "hacia abajo". El sabio es sabio porque mira hacia arriba: Siendo el análisis una etapa previa obligatoria para dominar la habilidad, más hay que pensar para adquirir nuevas habilidades. La pirámide nunca está completa –el sabio siempre sospecha–.

El conocimiento no es una cosa, sino un proceso. El camino del conocimiento es, en cierto modo, una escalera hacia la inconsciencia. Pero también es una escalera desde la inconsciencia. Es un proceso de Escher.

Reinos de competencias de Escher-Humphrey-Ayreonauta

A la intuición correcta, como vemos, se llega a través del correcto análisis, desde el conocimiento consciente. También es evidente que puede retrocederse en el juego de la habilidad por diferentes motivos, como la mencionada hiperreflexión (que se combate con la denominada derreflexión, que es, básicamente, desviar la atención hacia otro problema sin importancia).

Pero una interrupción también puede ser benéfica, porque no todo lo aprendido es lo correcto (sólo está aprendido, fijado). Es lo que intento hacer con mis experimentos filosóficos: soplar de la ventana de la realidad los velos del aprendizaje, que nos dicen no sólo qué hacer, sino también qué percibir, qué pensar y qué sentir.

De hecho, las puertas de cada reino de las habilidades nos indican claramente el camino a seguir, y nos sugieren qué hacer y qué no hacer en cada etapa del aprendizaje:

Ventanas del aprendizaje

Somos máquinas de adquirir rutinas, y librarnos de ellas nos cuesta bastante. Algo mal aprendido requiere un salto diagonal para el que no hay puentes, desde la CI a la IC, que es como atravesar un espejo. Y saltar al abismo de incertidumbre desde la CI a la II es como cambiar la rueda de una auto en movimiento... conducido por un inconsciente. Pero es la parte más interesante.

Cada etapa es una zona de confort, y pasar de la última a la primera es un salto osado que requiere voluntad (algo que está más allá del hacer y del pensar, algo que lo integra todo). Sólo el tobogán de la voluntad puede llevarnos a un camino de conocimiento completamente nuevo, pero pertenece a un reino para el que existen pocas palabras de uso cotidiano y quedará su explicación para otro momento.

Añadiré antes de terminar, para volver al principio, que innumerables estudios han demostrado relaciones sine qua non entre tareas no motrices (la atención, la imaginación, el pensamiento y las emociones) y la tensión muscular. Esto significa que es prácticamente imposible hacer cualquier tarea mental consciente sin tensar ciertos músculos, que generalmente fueron los involucrados durante el aprendizaje de la misma.

Por ejemplo, cuando uno piensa en palabras, hay una actividad motora mínima, residual en los músculos de la lengua. Los escáneres han revelado también la actividad neuronal correspondiente al movimiento de esos músculos; pero el proceso mental, de algún modo, interrumpe la ejecución total de las acciones, tal como dijo el viejo Humphrey. Y la relajación del cuerpo, por otro lado, lleva a detener los procesos mentales dirigidos conscientemente.

Hay una relación tan profunda entre el cuerpo y la mente que hoy apenas la intuimos. Quizá porque la mente ha estudiado mucho al cuerpo, pero el cuerpo aún no ha tenido tiempo de investigar bien a la mente.