Mercurio orbitando la Tierra
Un intercambio imaginario entre la Luna y Mercurio, para poder observar a este planeta de una forma peculiar.
16/8/12

Holst, Los planetas, Mercurio, el mensajero alado.

La extrema velocidad de Mercurio hace que su órbita dibuje el óvalo más amplio del Sistema Solar, tanto que, al pasar cerca del Sol y tropezar con su gravedad, su eje se frena y una de sus caras queda paralizada mirando a la estrella... durante dos meses. Desde Mercurio, el Sol parecería detenerse a mitad del cielo una vez al año, lo cual es aún más espectacular teniendo en cuenta que el año de Mercurio dura sólo 88 días.
A la Luna es similar y casi idéntico en tamaño, gravedad y paisaje, untado todo de infértiles cráteres, de entre los que llama la atención del telescopio la Cuenca de Caloris, huella de una patada cósmica tan grande que hubiese hecho caer edificios al otro lado del planeta, de un tamaño nada menos comparable con el radio de Plutón. Este golpe literalmente mató al planeta, comprimiendo su corteza e impidiendo que su corazón de lava asomara a la superficie.

En teoría, un asentamiento de arriesgados astronautas podría sobrevivir en los polos de Mercurio con equipos no muy diferentes de los necesarios para hacerlo en la Luna. Si estuviera a la distancia de ésta, se solucionaría el mayor problema que enfrenta su colonización: la ausencia de recursos vitales, que podrían ser importados desde la Tierra con relativa facilidad.
Un efecto particular de tener a Mercurio como luna correspondería con su composición notablemente metálica. Su núcleo no sólo es prácticamente una bola semilíquida de hierro y níquel, sino que ocupa quizá hasta un 80% del total de la esfera. En consecuencia, es posible que considerables campos magnéticos emanen hacia nosotros con efectos imprevisibles. No sé exactamente qué significa imprevisible en esas circunstancias imaginarias, pero creo que lo averiguaría con una brújula.
Otra ventaja de tener a Mercurio orbitándonos sería de tenor poético: gracias a Carl Sagan, sus cráteres más grandes llevan por nombres: Beethoven, Tolstoi, Rafael, Goethe, Homero, Vyasa, Rodin, Monet, Haydn, Mozart, Bach, Välmiki, Renoir, Wren, Vivaldi y Matisse, en ese orden menguante, sin contar al colosal número uno, Caloris, guardián eterno del lugar para un artista perfecto.
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sublime.
ResponderEliminarTu blog es poesía científica, gracias por compartir tu pasión.
ResponderEliminarpoesía científica... Un buen oximorón para un excelente artículo.
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