Cibermitanios

Perspectivas lunares

Datos para corregir nuestra limitada intuición astronómica.
Es fácil mirar al Sol y suponer que la imaginación no alcanza para comprender su tamaño, o su intenso brillo, o su potente gravedad, o la distancia a la que está. Pero la Luna es demasiado más familiar, y ser conscientes de que no sabemos lo que realmente es cuesta mucho más. El siguiente es un conjunto de pequeños ejercicios para intentar reeducar nuestra percepción automática habitual de semejante fenómeno celeste...


El tamaño de la Luna es suficiente como para escapar de nuestra comprensión del espacio, ese fantasma que todo el mundo presiente a sus espaldas pero nadie llega a ver. Estamos acostumbrados a ver el disco nocturno a una distancia familiar pero indefinida, lo cual complica calcular sus dimensiones –por si acaso importaran en la ya demasiado complicada vida de un mortal terrícola–. Su lejanía se vuelve indiferente; su diámetro, caricaturesco. Así lidiamos –y no es culpa individual– con lo que sobrepasa las necesidades vitales de la especie.

Pero esto puede cambiar, aunque no sea más que levemente, si comprendemos qué tan lejos está realmente nuestro satélite. Para tener por dónde empezar: podríamos meter todos los planetas del Sistema Solar en el espacio que hay entre la Tierra y la Luna. Aún a tan colosal distancia, la vemos claramente grande, porque es mucho mayor de lo que nos dice la intuición (más de un cuarto del tamaño terrestre, más que un Plutón entero).

Distancia entre la Tierra y la Luna

Ya sé lo que estás pensando:
  1. Júpiter es muy grande, y tiene un lunar en el mismo lugar que Marilyn Monroe. Pero no estamos hablando de Júpiter. A nadie le importa. Shhh...
  2. Si pusiéramos a Saturno de costado, tendríamos una cinta transportadora para ir gratis a la Luna. Por esto es que la NASA puso a Saturno muy lejos y así los hippies tengan que depender de ella cuando los viajes a Katmandú pasen de moda. Pero podrían ser sólo rumores. Lo importante es que la Luna está lejos.
Si, como yo, alguna noche te proyectaste con la imaginación caminando por su superficie, deberías saber que desde aquí sería tan difícil ver a una persona caminando por allá como sería lo inverso.

Salida de la Tierra desde la Luna

El diámetro de la Luna es aproximadamente lo que mide Australia de punta a punta. Su superficie, obviamente, es mucho mayor que la de Australia (cinco veces más). Lo extraño para la imaginación es esto: Si dicho continente estuviera allá en el cielo, lo veríamos de tamaño lunar. Si pudiéramos ver Australia a la distancia en que realmente está (desde cualquier lugar sensato del planeta), sería treinta veces más grande que la Luna.

Lobo aullando a Australia

Los cráteres que a simple vista uno puede ver e imaginar como exóticas pistas de skate abandonadas tienen en realidad miles de kilómetros de ancho y varios de profundidad. Si uno se para dentro de algunos de ellos, el borde queda tan lejos que se pierde tras el horizonte.

Algunos cráteres que deberías conocer

Ya teniendo una idea más refinada de su tamaño, agreguemos su masa: La Luna es lo suficientemente imponente como para literalmente levantar los océanos de la Tierra, a pesar de estar tan lejos como ya vimos. A medida que la Tierra gira, su alfombra de agua se eleva hacia ella siguiendo su gravedad; como el suelo marino gira más rápido que el propio mar, de un lado del planeta el agua se retrasa y del otro se amontona. A esto llamamos "marea".

Mareas

De hecho, cada vez que la Luna pasa sobre tu cabeza, pesas unos gramos menos. Ni siquiera el suelo firme puede escapar a este efecto lunar: la fricción gravitatoria del satélite también entorpece la rotación de la Tierra, haciéndola ir un milisegundo y medio más lento cada siglo. Y, porque para cada acción hay una reacción, el precio que paga la Luna por esta poderosa influencia es que hoy está veinte veces más lejos de la Tierra que cuando se formó. Y se sigue alejando casi cuatro centímetros por año. Nada que no se pueda corregir con una escalera.

Lo cierto es que la Tierra y la Luna se orbitan mutuamente. La rotación y la gravedad del planeta –de la que soy humilde pero orgullosa parte– también provocan pequeños terremotos en la Luna, suficientemente fuertes como para que los notaran los astronautas que caminaron en ella.



Otra perspectiva que podemos cambiar es la de su forma. Si al menos la viésemos girar, habría implícita una hipótesis volumétrica de su naturaleza. Pero siempre nos cae en los ojos estática y plana, como una estampa hecha en el cielo con tinta que brilla en la oscuridad. No sorprende, teniendo en cuenta que nosotros mismos somos prácticamente bidimensionales, casi inexorablemente pegados a una superficie en un universo cuya topografía oscila entre la nada del espacio vacío hasta el todo comprimido de los agujeros negros, ante los cuales nuestra materialidad es apenas una sombra.

Deliciosa astronomía

Si pudiéramos despegarnos, veríamos que en realidad la Luna tiene forma de huevo –al menos dentro del culinario mundo de la metáfora donde la forma de la Tierra se parece más a una mandarina que a una esfera–. Su parte más puntiaguda es el polo sur, el que apunta siempre hacia nosotros. No es casualidad: esa es la parte que la gravedad de la Tierra atrae más.

He aquí una idea para una civilización extraterrestre que quisiera invadir la Tierra acercándose masiva pero sigilosamente –para que después no digan que no colaboré con la causa y que no merezco un harén de candentes alienígenas–: no tendría más que crear una nave cilíndrica, de pocos metros de grosor pero extremadamente larga, de modo que al verse de frente pareciera una inofensiva estrella. Vamos a creerlo hasta que sea demasiado tarde.

PD: Me gustan con tres senos.