Cibermitanios

Todos tenemos la respuesta

(pero nadie en particular la tiene)
Francis Galton era primo de Darwin. Y no sólo portaba genes parecidos sino también genio semejante. Estaba un día en una feria rural y presenció un concurso muy peculiar: se trataba de que el público adivinara el peso de un buey. Ya por este dato podemos intuir que en esa época no había televisión, pero que el germen de los shows estupidizantes data de al menos hace un par de siglos...

Claramente había algún premio importante para quien acertara. Y no se trataba de una apuesta absurda, porque casi todos los concurrentes eran granjeros y debían tener alguna idea aproximada del peso de un buey. Y, sin embargo, luego de que todos escribieran sus respuestas en papelitos y pesaran al animal, resultó que nadie había acertado. Y se fueron a otro stand a adivinar el diámetro de los huevos de un toro o algo así.

Pero nuestro amigo Francis se quedó ahí, juntó todos los papelitos del suelo (unos 700) y –vaya uno a saber por qué– promedió todos sus valores y... Adivina qué: el promedio era exactamente el peso del buey. ¿Qué carajo estaba pasando?

¡Justo en el blanco!

Ningún individuo tenía el conocimiento o la suerte suficiente para dar con el peso exacto, pero grupalmente tenían la respuesta correcta.

Esto se ha probado en otros contextos, y resulta que las masas son más sabias: tienen la respuesta correcta el 91% de las veces... Al menos cuando se trata de cosas lógicas. Obviamente, esto no funciona en la democracia, donde no sólo no hay una sola respuesta sino que ni siquiera hay una sola pregunta.

91% es una altísimo nivel de certeza; es más confiable que la palabra de alguien que sabe mucho sobre el tema. De hecho, se ha comprobado –leí pero no recuerdo dónde– que cuando un experto dice estar 99% seguro de algo, se equivoca el 75% de las veces. En este sentido, la opinión promedio tiene más valor predictivo que la individual. Una vez más: sólo útil para cosas concretas de las que se tiene una idea aproximada.

Es inútil lanzar un millón de dardos si no se sabe dónde está el blanco.



Por ejemplo, hubo un navío que se había hundido pero nadie sabía su ubicación exacta y no había mucho tiempo para rescatar a los náufragos. Aplicando este método, se pidió a un montón de expertos navales que arriesgara cada uno una posición en el mapa. Resultado: en conjunto pero sin comunicarse entre sí, lograron reducir todo el Océano Pacífico a un área de 300 metros.

Supongo que uno podría estar en la playa y preguntarle a todo el mundo cuál cree que es la temperatura del agua y acabaría más o menos con la respuesta promedio correcta. Tal vez se pueda llevar un poco más allá y cuestionar a la gente acerca de si mañana lloverá o no. Después de todo, hay un conocimiento intuitivo en cada uno... Habría que hacer muchos experimentos para ver qué tan lejos puede llegar este poder de las masas.

Tal vez todos los jugadores de Sim City tengan la solución para la ciudad perfecta.

Por el momento puedo asegurar que es así –probabilísticamente– cómo funciona un cerebro. Ninguna neurona tiene la respuesta, pero cada una tiene una pieza del puzzle, del mismo modo en que ninguna hormiga sabe construir un hormiguero y otras cosas mucho más complejas que emergen cuando se juntan suficientes partes e interactúan.

Neuronas abrazadas

Y es tan importante el papel de la cantidad de neuronas (o de lo que sea) en la calidad del resultado que de allí emerge toda la diferencia entre el cerebro de un gusano y el de un ser humano: Del 2% de genes que nos distinguen del chimpancé, casi ninguno tiene que ver con el cerebro; los pocos que sí, son los que nos dan simplemente más cantidad de neuronas. Cabe aclarar que básicamente todas las neuronas del reino animal se comportan igual, son indistinguibles bajo el microscopio, y que las diferentes cualidades van emergiendo a medida que se incrementa el número de ellas y de sus conexiones. En otras palabras, si pones el cerebro de un mono en el cuerpo de un niño humano y lo incentivas de alguna manera a producir más neuronas, en unos años tendrás un humano con muchos pelos y pocos amigos.

Para que veas que no hay ningún tipo de "inteligencia colectiva" involucrada en esto, imagina este experimento: Si se quiere averiguar la mejor ruta comercial para algo, basta con introducir en un punto del mercado un montón de billetes convenientemente marcados y rastrear su ubicación cada cierto tiempo. Puede ser que algún demente vaya a comprar el pan a un submarino, pero el promedio va a dibujar, sin que nadie lo sepa, las rutas más eficaces para obtener todos los productos necesarios viajando lo menos posible desde ese punto.

Es así como Google sabe cuál es el resultado más relevante para una búsqueda: contando la cantidad de enlaces hacia esa página de todas las páginas del mundo. Y sin necesidad de que nadie diga "estas dos cosas se parecen", la página de Android puede decirte cuáles son las apps similares simplemente en base al famoso "la gente que descargó X también descargó Y".

Estadística pura

Y así Internet te recomienda también libros y películas y juegos. Y así además es como, si se contrasta cualquier artículo de Wikipedia con uno diseñado de otra enciclopedia no colaborativa, se ve que son básicamente iguales, pero Wikipedia es más precisa en los detalles.

Finalmente, así es como puedo ver a las hormigas en mi casa paseando desde el baño hasta la cocina por el camino más eficiente posible: porque mil intentaron caminos al azar dejando un rastro de feromonas que se fue reforzando con cada una que dio con la misma ruta hasta que los caminos más débiles desaparecieron y sólo quedó uno. Algo parecido pasa en mi cerebro.

Otra prueba de todo esto es que sólo los niños tienen la capacidad de inventar lenguajes naturalmente. Claro que los adultos pueden hacerlo, pero lo hacen en base a otro que ya conocen. Un ejemplo es el lenguaje de señas de Nicaragua, que fue creado por niños sordos tratando de comunicarse entre sí sin conocer ningún otro tipo de lenguaje, ni siquiera el concepto de "palabra", y sin que nadie los obligara. En tres generaciones, este idioma evolucionó por sí solo en las habitaciones de una escuela, sin supervisón ni intervención de otros, hasta ser completamente coherente gramaticalmente, y hoy es un lenguaje oficial. El lenguaje emerge, nuevamente, a través del uso de ciertos caminos (símbolos) que funcionan estadísticamente mejor que otros para comunicar algo.

Creo que lo mismo puede explicar todo proceso creativo. Con suficiente cantidad de conocimiento, ideas nuevas comienzan a emerger. De hecho, Galton propuso que esta es la razón por la cual varios inventores suelen inventar lo mismo independientemente al mismo tiempo.

Pero el conocimiento es estático, así que hay que ponerlo en movimiento, hay que pensar. Galton también comparaba a la evolución de las especies con un juego de billar de bolas irregulares: Si bien el taco evolutivo (el azar) puede empujarlas en cualquier dirección, la forma inicial de la bola / organismo limita los caminos que se pueden seguir a partir de cada empujón.

Poliedro de Galton

En la naturaleza no hay (aún) bolas perfectamente esféricas; son todas poliédricas. Las mentes son más o menos así, como dados cargados que tienden a caer sobre determinada cara más o menos lógica, de acuerdo a cómo la haya pulido la educación padecida. Por eso es que –a falta de otra fuente de conocimiento– podemos confiar hasta cierto punto en el veredicto promedio. Esto, si bien tiende a acumular errores populares, también cancela sesgos individuales, particulares, los "deselecciona", evolutivamente hablando.

Más a menudo que a la inversa, las ideas descubren a los pensadores.

Dos cabezas piensan mejor que una sólo en ciertas, muy pocas circunstancias: Dos cerebros idénticos, con los mismos conocimientos, no suman sus capacidades; la ganancia está en pensar cosas distintas, en complementar puntos de vista.

Por supuesto, todo esto funciona mejor cuando los participantes no saben que están participando. De otro modo, puede ocurrir lo que en el experimento de Asch...



Las ideas de Francis Galton dan para seguir pensando sobre este y muchos otros temas. A pesar de todo, siempre quedará a la sombra de su primo. Incluso sus iniciales vienen detrás en el abecedario: C. D. → F. G.