El estrés puede ser tu mejor amigo
Los psicólogos descubrieron que el estrés es malo sólo si se cree que es malo.
22/7/15

Hace un par de años los psicólogos descubrieron algo completamente inesperado: el estrés es malo sólo si se cree que es malo. Y más sorprendente es que, creyendo lo contrario, el estrés puede ser una fuente de fortaleza, como demuestran los experimentos e investigaciones que detallaré a continuación.

O probablemente eran pruebas matemáticas con un límite de tiempo. Quién sabe. Lo importante es que, obviamente, los voluntarios se desempeñaron muy mal en las tareas asignadas.
Pero a los que se les dijo que el estrés era un buen síntoma no sólo conservaron la calma hasta terminar la misión, sino que se desempeñaron incluso mejor que los de otro grupo de control en el que no había agentes estresantes.
Sólo añadiendo la información de que "el estrés es bueno", los síntomas corporales que otrora desataban pánico y desconcierto pudieron reafirmar la propia capacidad de ejecutar bien una acción bajo circunstancias desafiantes. Los síntomas seguían estando, pero vigorizaban; incluso generaron respuestas fisiológicas más saludables, comparables a las de los momentos de felicidad.
También se observó durante años de estudio que la gente que vivía grandes situaciones de estrés tenía casi el doble de probabilidades de morir de un infarto o algo similarmente patético. Pero, al mismo tiempo, se descubrió que esa gente era la que creía que el estrés podía causar dichos desenlaces. Los estresados que no lo creían (o que simplemente no lo sabían) tenían el mismo riesgo que los de vidas más amenas.
Dicho de otro modo, no es el estrés lo malo, sino el miedo a él. Los síntomas del estrés, desde la sudoración excesiva hasta la taquicardia, no son intrínsecamente negativos. No están ahí para decirnos que algo anda mal sino, por el contrario, para darnos este mensaje:

Claro que pocos interpretamos eso, especialmente porque apestamos a la hora de ser humanos. Atrás en el calendario evolutivo quedaron los ataques de tigres dientes de sable –que, como todos mis intelectuales lectores saben, se extinguieron por una mala conjunción de caries y ausencia de herreros–; tampoco hay ya otras situaciones en las que matar o morir eran las únicas alternativas día a día, paso a paso.
Humanos eran los de antes. Hoy, "lucha por la supervivencia" significa meterse en una oficina durante ocho horas diarias... para después hacer fila y que nos atiendan en otra oficina. ¡Pero qué horror! (Lo es más de lo imaginable, porque nos hizo olvidar nuestro verdadero poder.)
Hoy el peligro nos parece una cosa rara. No sabemos qué hacer con el miedo, cuyo mensaje es claro: huye o ataca; ¡lucha por existir! Hoy hemos olvidado cómo reaccionar ante un cambio fisiológico tan simple como el del estrés. Es como pensar "¡Oh, nooo! ¡Mis pulmones se están hinchando, les debe estar entrando aire... voy a explotar!" cada vez que bostezamos de aburrimiento.
Ahora desesperamos si no hay conexión a Internet porque ignoramos cómo crear relaciones interpersonales profundas, porque olvidamos cómo divertirnos sin enfocar la vista en un rectángulo luminoso, porque no sabemos qué carajo hacer con la vida, la pacífica y predecible vida con que nos ha castigado la acelerada historia humana.
Todo esto es apenas un ejemplo del poco famoso efecto nocebo, hermano del placebo bajo cuya sombra se ocultan tantos otros inquietantes misterios, generalmente creadores de desdicha. Y es que, cuando de la felicidad se trata, cada uno es su propio peor enemigo, porque uno es también el único que la puede garantizar.
Vaya. Cada vez que leo algo de Cibermitaños siento como si el universo se enfocara en mí, y me entregara personalmente las llaves de un coche para recorrer el camino de la vida. En el que la mayoría van a pie o a rastras.
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