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El voto sustractivo: la alternativa al voto en blanco

Una ecuación democrática incluye sumas y restas.
Otra vez hubo elecciones en Argentina y la confusión acerca de cómo funcionan las cosas en democracia persiste. Primeramente, debo notar que la democracia es una cosa y el sistema electoral es otra: la democracia es un ideal y el sistema electoral es un método para llevarlo a cabo. Mi objetivo en estas líneas es evidenciar la tremenda debilidad del método, prácticamente diseñado para alejarnos del ideal.


El voto aditivo


En democracia únicamente cuentan los votos positivos. Los votos en blanco y los votos nulos no cuentan, como en ninguna suma cuentan los ceros ni los triángulos, y no votar, por supuesto, tampoco cuenta, aunque debería en ciertos y muchos casos. El voto es obligatorio, y esto es un problema porque sólo se puede votar diciendo "sí" (a una u otra opción, de uno u otro modo). El que tiene un "no" atravesado en la garganta deberá tragárselo o fingir un asentimiento, obligatoriamente, conscientemente o no, incluso absteniéndose completamente de participar.

(El hecho de que el voto sea secreto añade otra gota de opaca tinta al asunto. Se vende dicha cualidad como una virtud, pero se presta, lamentablemente, como arma por excelencia para el fraude y hay mucho por objetarle. Pero ese es otro tema, para otro momento. Por ahora, analicemos la realidad constante de la que participamos actualmente.)

Antes que nada: en democracia hay votos válidos y votos nulos, y, al repasarlos, veremos que es una clasificación desfavorable para la voluntad del pueblo. Independientemente de lo que el votante haya intentado manifestar con su voto, esto es lo que realmente significa para la democracia en la práctica...


Voto positivo


El sobre contiene una boleta oficial que representa claramente la preferencia del ciudadano, y el voto suma poder a su candidato. Es el único voto que se toma en cuenta. Es una tradición militar cuyo resultado es idéntico al de una decisión tomada por la fuerza: la minoría debe acatar las decisión del voto mayoritario (aunque "la minoría" sea un 49% del pueblo y aunque la mayoría haya votado por razones bien dispares, incluso ciegamente).


Voto en blanco


El sobre está vacío o contiene un papel en blanco. Es un voto válido, pero no cuenta directamente (no suma), aunque suele decirse que, habiendo podido votar al perdedor, indirectamente favorece al ganador. Dicho de otro modo: si los votantes fuesen bomberos, los candidatos fuesen casas en llamas y cada voto fuese un vaso con agua, votar en blanco sería como usar el agua para lavarse las manos. Para el sistema, significa indiferencia por parte del ciudadano; para las llamas, significa oxígeno. Esto es aún peor que "votar al menos peor", que, aunque más no sea, aplaca las llamas del fuego opositor. Aunque el 50% de los ciudadanos presentados a votar haya votado en blanco, en las estadísticas serán un enorme cero; a los efectos prácticos, el 50% restante pasará a ser cien.


Voto nulo


El sobre contiene una boleta rota, alterada, ilegible o no oficial. Mucha gente no lo sabe, pero, si bien esto puede y suele hacerse a propósito con diferentes intenciones, se considera como un voto "mal realizado" y no se cuenta; no es un voto válido y no tiene efecto alguno (salvo que se trate un acto masivo, en cuyo caso sería lógico que se reviesen las bases del sistema electoral). A los efectos democráticos, es lo mismo que no presentarse a votar.


No hay otro tipo de voto contemplado por el Sistema. Sin embargo, de acuerdo al criterio de las autoridades, el voto puede caer provisoriamente dentro de una de estas categorías:
  • Voto impugnado: las autoridades tienen dudas acerca de la identidad del votante antes del recuento de votos (con el sobre cerrado). En este caso, se separará el sobre y se revisará particularmente. Finalmente, se decidirá si es válido (positivo) o nulo. No cuenta como voto en blanco.
  • Voto recurrido: las autoridades tienen dudas acerca de la validez (válido o nulo) o significado del voto (positivo o en blanco). Se revisará aparte para determinar si es positivo, nulo o en blanco.
Estos votos aún no son válidos ni nulos; están en un limbo o purgatorio electoral a la espera de un veredicto acerca de su naturaleza. En ambos casos, el votante no puede decidir emitir estos votos y siempre son provisorios: finalmente, todo voto emitido debe ser o válido o nulo.


La otra alternativa, no contemplada legalmente pero de la que grandes números son partidarios:
  • No votar: la persona se abstiene de participar de la elección por alguna razón. Es la única alternativa moralmente auténtica (aunque no legalmente válida) para quien decide activamente no apoyar ninguna de las alternativas particularmente propuestas. Lamentablemente, ni el sistema toma en cuenta esta manifestación (que, ante la imposibilidad de decir "no", es un "no quiero decir sí") ni facilita una forma de diferenciar entre el no-voto a propósito y el no-voto por pasividad o indiferencia.

Revisando las opciones, se vuelve evidente que en esta asamblea de las elecciones democráticas, quien no tiene a quién dar su voto positivo, no puede hacer uso de la palabra, lo cual es claramente injusto. Ante este déficit, la única diferencia que un ciudadano puede hacer es positiva: a favor de alguien, incluso al votar en blanco, nulamente o no votar. Evidentemente, para quien no está convencido por ninguna propuesta –quien podría ser parte de la mayoría–, esto es de todo menos democracia (gobierno del pueblo).

Más eficaz sería dividir los votos en positivos, neutros y negativos...


El voto sustractivo


Una verdadera democracia debería tener en cuenta todas las voces. En cambio, en los Gobiernos actuales, los "no" se silencian brutalmente, se vuelven blancos o nulos. El voto en blanco es un consuelo para tontos que ocupa el lugar de la verdadera alternativa: el voto negativo.

El "voto sustractivo" es un concepto de voto negativo que no existe en las democracias actuales, y sólo al pensarlo se hace evidente que actualmente no existen las democracias fieles al ideal. Sólo existe la fuerza de la mayoría, que no por carecer de violencia se aleja de la ley del más fuerte. Por algo se denomina "poder". Uno está obligado, aunque no vote, a darle poder de decisión y acción a un candidato. No puede, sin embargo, quitarle poder a quien considera pernicioso para el pueblo (y eso, lógicamente, debería ser un derecho democrático).

Independientemente de que sin dudas hicieran falta mejores propuestas políticas, mejor capacidad de elección personal y mayor transparencia en el ejercicio y la propaganda del poder –incluyendo al cuarto poder (los medios de comunicación)–, sería realmente útil poder optar entre utilizar nuestra voz para sumarle fuerza al candidato de nuestro agrado o para restarle fuerza al que nos desagrada, en caso de que ninguna alternativa nos parezca genuinamente digna de apoyo o nos parezca más imperativo detener la acumulación del poder en malas manos (hasta Hitler obtuvo un 44% de votos positivos, aunque admito que daba miedo decirle que no).

El resultado podría en algún caso ser el mismo, pero toda la gente que otrora hubiese votado en blanco, nulamente, por descarte o no votado en absoluto habría hecho valer su voz. El promedio sería mucho más auténtico; el proceso sería mil veces más digno de eso que llamamos libertad, esencial en democracia. Un coro mayoritario entonando un "no" sería ineludiblemente distinguido a la distancia, a diferencia de los blancos, nulos y abstemios que se pierden actualmente en una revolución silenciosa, enmudecida por la fuerza bruta del voto positivo obligatorio.

Para evitar la opresión de las minorías ideológicas por parte de la mayoría, es decir, para obtener una verdadera democracia, habría que partir de una ecuación de sumas y restas. Porque el poder proviene de la libertad, y la libertad implica la capacidad de elegir entre decir "sí" o "no" (especialmente "no"), sumar o restar, dar o quitar, y también de no decir nada. Eso es libertad de elección.

Así, en lugar de una lucha por el poder, tendríamos algo más parecido a una negociación entre los miembros de la sociedad, sin mencionar el gran incentivo que significaría para los candidatos saber que deben ganarse el respeto no sólo de sus seguidores, sino especialmente el de los simpatizantes de sus opositores. Y a partir de allí –¡recién allí!–, ajustando los diferentes matices de cada tipo de voto, sería posible comenzar a planificar el perfeccionamiento de una sociedad que desea ser libre, democrática, justa. El resto se parece demasiado a una elaborada farsa (por supuesto, mucho mejor que otras mucho peores, pero farsa al fin).

Disculpen que me haya metido nuevamente en estos temas. Y no olviden votar por Cibermitanios. Paz, amor y razón.