Cibermitanios

¿Qué pasaría si tuviésemos que abandonar la Tierra?

Hay que estar preparado para todo...
Con la inminente llegada del fin del mundo (¿no te enteraste?), no tengo más remedio que escribir acerca de los pasos a seguir. Lo primero es perder la virginidad. Lo segundo es estar preparado en caso de una posible evacuación planetaria, y hacia ello me dirijo a continuación, tirando el ancla en algunos conceptos básicos. Las interesadas en lo primero pueden dejar un mensaje con su email.


La posibilidad de abandonar la Tierra



Si alguna amenaza absolutamente imprevisible acechara nuestro planeta, como, por ejemplo, un monstruo espacial gigantesco que viniera con buenas intenciones pero que desgraciadamente se alimentara de árboles y petróleo y como consecuencia exhalara grandes cantidades de dióxido de carbono en nuestra atmósfera, orinara pesticidas sobre nuestros campos y defecara baterías de celulares, deberíamos pensar seriamente en mudarnos a otro planeta.

Gramática: ¿Por qué "tuviésemos" y no "tuviéramos"? Aunque ambas formas se usan indistintamente para expresar un futuro incierto, |iera| implica poca probabilidad ("Si la Tierra tuviera recursos infinitos"), mientras que |iese| sugiere gran probabilidad ("Si Marte tuviese agua").
A pesar de la obvia imposibilidad de este ejemplo surgido de mi prodigiosa imaginación, otras posibilidades emergentes podrían movilizarnos hacia el espacio exterior; alguna catástrofe natural de origen terrestre o externo podría obligarnos a meternos en ciudades voladoras e ir en busca de otro hogar, o hacer de ellas nuestra morada permanente, ya que la arquitectura de los planetas vecinos es poco confortable para débiles criaturas que no soportan temperaturas extremas. Por eso las viejas se quejan si sube o si baja la temperatura un par de grados; el clima las acorrala hasta que sólo pueden existir a una temperatura concreta, y luego mueren.

Varios escenarios apocalípticos han sido ya advertidos por la literatura y bastardeados por el cine. Los fines del mundo más originales son también los más rápidos y eficientes, y no nos darían mucho tiempo de previsión, así que en lo que a la preocupación concierne, este párrafo no existe.

Entre las amenazas previsibles más peligrosas para la Tierra encontramos meteoritos, llamaradas solares invocadas por mayas vengativos y proliferación descontrolada de un virus mutante. También el mal podría ser de origen interno, presentándose como una larga y desapercibida agonía. El clima podría tornarse insoportable o alguien podría clonar mimos en masa y soltarlos en las calles. De un modo u otro, habría que largarse inmediatamente de aquí.


¿A dónde ir?



La primera parada obvia sería nuestro vecino Planeta de la Guerra, bajo sus lunas Miedo y Terror. Si estas intuiciones grecorromanas parecen exageradas, tendrías que saber que vivir en Marte es una pesadilla real. Pese a todo, pequeñas embajadas coloniales podrían asentarse en el cuarto planeta y otras patéticas imitaciones de la Tierra, pero la especie no prosperaría en ellas y el viaje debería continuar.

Aún suponiendo que para entonces haya un planeta con el cual alinear nuestro timón, el viaje no terminaría nunca para los tripulantes originales. En lo que a una vida humana respecta, alcanzar otro planeta mínimamente confortable sería imposible. El sólo hecho de abandonar este sistema estelar requeriría empeñar todo el tiempo de vida disponible. Sólo individuos de generaciones ya nacidas en el arca espacial tendrían la posibilidad remota de poner los pies sobre otro edén, miles de años después de haber la cultura humana ya olvidado su propio origen y algunos de los fallos más espectaculares de su Historia, como la guerra y la cancelación de Firefly.

De modo que poco importa hacia dónde ir. Habría que concentrarse en la difícil tarea de sobrevivir en las naves, y después ya alguien tendrá tiempo para pensar el destino.

Mientras tanto, fuera de los brazos gravitatorios de la Tierra, la mayor parte de nuestras actividades actuales desaparecería, y aunque fueran conservadas serían radicalmente distintas. El fútbol, por ejemplo, debería jugarse atado y terminaría pareciéndose al baseball.

Soportar torturas de este tipo se haría cosa natural con el tiempo, ya que no habría otra opción. Durante poco menos que una eternidad estaríamos enjaulados en naves que rápidamente se harían tan pequeñas que sólo habría en ellas lugar para un cartel: "No procrearás".


La vida humana en el espacio



La ciencia-ficción nos ha contado muchas veces que la Humanidad podría sobrevivir enlatada como en Battlestar Galactica, pero no olvidemos que ciencia-ficción significa "ciencia-mentira". La realidad es que, aunque pudiéramos organizarnos para construir, desplegar y rellenar esas naves con la mayor cantidad posible de personas con especial énfasis en aquellas que tienen amplias glándulas productoras de secreciones lácteas, la vida en el espacio no sería tan simple como parece; no sería, mejor dicho, tan posible como parece...

Más allá de los pequeños inconvenientes de la ingravidez, como la tendencia de la mozzarella a escapar de la pizza, la poca irrigación sanguínea que recibiría el quinto palito de un hombre dibujado por un niño precoz, la imposibilidad de ahorcar herejes, la debilitación de los músculos y huesos y el daño psicológico que produciría cruzarse con un escocés volador -todas cosas teóricamente solucionables mediante un sistema de gravedad artificial (en realidad, de simulación gravitatoria, basado en la fuerza centrífuga)-, otros dilemas no tendrían tan simple solución siquiera en los complejos reinos de nuestra mente.

Con la mejor tecnología actual, un astronauta que viajase a Marte recibiría una dosis de radiactividad de 1 a 3 sieverts, causando daños irreparables en la médula ósea, el bazo, el sistema linfático y el sistema inmune.
Importar asteroides para obtener agua y racionar el alimento (mayormente vegetal) serían los retos más simples. Lo más grave del espacio es la radiación. La exposición prolongada a ella, incluso si todos usáramos trajes de astronauta especialmente reforzados, lo cual ya de por sí le quitaría todo el glamour a la idea del sexo espacial, quedaríamos prácticamente estériles. La producción de esperma bajaría a niveles cercanos a cero y los pocos embajadores masculinos sobrevivientes que alcanzaran la seguridad del óvulo serían demasiado débiles como para transformarlo en un cigoto, mucho menos en un embrión, ya que la radiación afecta especialmente a las células en división. Y si el feto lograra desarrollarse y nacer sería poco probable que sobreviviera o que lo hiciera sin monstruosas mutaciones genéticas.

El blindaje de la nave poco detendría al furioso viento cósmico de velocidad luminosa. Los metales del casco incluso podrían potenciar ciertas de sus partículas, rompiéndolas y dispersando en el interior su munición cuántica, aún más peligrosa. No conocemos fórmula alguna para protegernos efectivamente de la radiación por períodos de meses o años, y, si no la descubrimos para entonces, la especie estará terminada.

Pero, si fuéramos bastantes en la odisea, lográramos sobrevivir a esta y otras amenazas, practicáramos el sexo fanáticamente y la selección natural nos diera una mano (con ventosas, para prescindir de la gravedad), podría nacer una generación humana que soporte la radiación cósmica. Nos ayudaría mucho tener un teletransportador descompuesto que mezcle nuestro ADN con el de las moscas, capaces de soportar más de cien veces la radiación letal para el ser humano (las cucarachas son apenas 15 veces más resistentes, mientras que algunas bacterias pueden sobrevivir a dosis 2.000 veces superiores, pero pertenecen a otro reino con el que no nos hablamos desde hace aproximadamente dos mil millones de años).


Conclusión



Considerando los percances, debo concluir que por el momento es preferible quedarse en este planeta. No lo digo por conformista: es que realmente me cae bien este lugar, y eso no lo digo porque haya nacido aquí, sino porque es tan apropiado para la vida orgánica que me siento tentado a decir que es un milagro galáctico.

Y, si bien no viene mal tener algunos cohetes y destinos preparados como plan B, lo ideal sería cuidar el precioso recurso no renovable llamado Tierra. No sólo porque es lo correcto, sino porque, aunque encontrásemos otro mundo habitable, la mala noticia es que seguramente las probabilidades quisieran que ya estuviese habitado. Allí valoraríamos el haber heredado un planeta propio donde no debemos vivir como inquilinos y todo lo que hay que hacer es cuidarlo, aunque sea por nostalgia. Porque finalmente y pese a todo recaudo que se pueda tomar, si la Humanidad sobrevive lo suficiente como para ver la muerte natural de la Tierra, deberá partir de su atmosférico nido estelar en busca de otros aires, sin rumbo.