Google anunció ayer el concepto que está moldeando y que podría cambiar la realidad para siempre: Project Glass, un sistema de gafas de Realidad Aumentada con conexión directa a Internet (y, obviamente, en especial a los servicios de Google). No es algo que no se haya visto en películas futuristas, pero ahora promete ser inminentemente tangible, quizá –si creemos las promesas– en un par de años...

Con el hermoso y tradicional diseño zen de Google, las gafas de Realidad Aumentada -provisoriamente denominadas Project Glass- son un verdadero tributo a la ciencia-ficción.



No tengo idea de cómo funciona este aparato, pero tampoco dudas de que sea posible. Puedo especular que tiene una cámara, un micrófono con reconocimiento de voz (probablemente dependiente de algún teléfono inteligente) y quizá un sistema de eye-tracking para navegar por la pantalla mediante la mirada. Toda esa tecnología existe y sólo es cuestión de ponerla junta. Menos dudas me quedan teniendo en cuenta la promesa de Google de que el invento podría estar en el mercado en menos de lo que un gallo twitea la salida del sol (tal vez este mismo año).

Algunas de sus características pueden ser intimidatorias. Que cualquiera sepa en cualquier momento en dónde estás, por ejemplo, es un poco más grave que ser etiquetado en Facebook en una foto comprometedora. Pero vamos a ser optimistas y suponer que Google (o quien sea el encargado de algún día hacer realidad este potencial inevitable) hará las cosas bien e incorporará una robusta política de privacidad para la vida real y que lo gente no andará alienada por la calle ni recibiremos peticiones de amistad de cada uno que se nos cruza ni invitaciones a eventos, grupos y juegos que aniquilen toda posible productividad y sentido de explorar el fenómeno virtualmente infinito de existir biológicamente y poder darse el lujo de aparecer en esas fotos comprometedoras en primer lugar.

Hay un potencial más interesante que hace valer la pena correr todos estos riesgos: el de aprovechar mejor el tiempo, tanto el de ocio como el dedicado a los oficios, y el de tener acceso a valiosa información en cualquier situación, como la ubicación de las salidas de emergencia durante un incendio o el estado civil y delirios religiosos de una persona que recién conocimos, sin mencionar la cantidad de apps que seguramente surgirán desdoblándose desde la antigua dimensión del monitor, desde un Counter-Strike Aumentado hasta traducción de idiomas en tiempo real, pasando por una aplicación que nos recuerde no mencionar lo que acabamos de decir que no íbamos a mencionar.

En definitiva, una maravilla tecnológica de potencial prácticamente inagotable cuyo valor real depende del uso que de ella se haga. Pero, a pesar de mi entusiasmo, mi opinión sobre Google ha cambiado mucho en los últimos años. Y me encanta cambiar de opinión, porque es signo de que evoluciono.

Al menos eso opino ahora...

En este blog acostumbré a alabar a Google tanto por sus iniciativas como por sus posibilidades. Luego, dejé de hacerlo, y esta es una buena oportunidad para explicar por qué.

Mi entusiasmo inicial se fue diluyendo en distintas proporciones junto con varias decepciones, desde el cierre de muchos de sus servicios hasta el intento de imponer otros inservibles (+) que ya bordea el acoso. A tal punto se le hizo costumbre el borrón y cuenta nueva que ya espero el fracaso de cada una de sus nuevas iniciativas.

Sus creadores decían hace unos años que su mayor miedo era tener demasiado poder -y no poder controlarlo-; sin embargo, el monstruo que les pisa ahora la cola no es el poder, sino la ambición, es decir, el deseo de más poder (y esto es decir: poco poder, además de poco control). En algún punto difuso, Google pasó de las ideas geniales al copy-paste industrial, de los buenos negocios a la competencia abusiva, de la boa digiriendo un elefante a un insulso sombrero, del entusiasmo aventurero a la ambición de dominio.

Google quiere estar en todos lados, y eso no está mal. Pero no es lo mismo estar que ser. Google ya no es Google; ya no se puede identificar su esencia porque en su afán por abarcarlo todo ha perdido su forma. "Abarcar todo" incluye abarcar lo ya existente -a diferencia del espíritu pionero que quiere lo posible pero no establecido-. Al encontrarse a sí mismo persiguiendo lo viejo, necesariamente adopta la forma de lo conocido, y esto equivale a perder la identidad. Lo que Google es ya no se puede definir sin demasiados "parecido a"...

Alejado de su camino, últimamente se encuentra forcejeando entre la carroña junto a otros entes más o menos poderosos. Aquél horizonte divisado en 2008 se ha perdido de vista. El gigante exhibe muchos de los síntomas del complejo de superioridad (derivado de sentimientos de inferioridad), como la envidia, el rechazo de las opiniones ajenas, el esnobismo, la ansiedad de sobresalir... Claro, tal vez los sentimientos de inferioridad sean míos, pero preferiría sentirme inferior ante algo que me inspire y maraville.

Quizá lo logre con este nuevo proyecto, y así lo deseo aunque no tengo muchas esperanzas de que lo haga mediante simple ambición. La ambición tiene la grandeza por meta, pero no conduce a ella. Se es grande cuando se es único, y la ambición lleva a la originalidad sólo por aniquilación del resto; lleva a trepar por sobre los demás, sean incluso y especialmente inferiores, incluyéndonos. Y trepar no es más que arrastrarse hacia arriba.

De la metáfora del viaje, de la exploración, de lo horizontal -aquello que tiene el horizonte como meta-, los ideales de Google giraron noventa grados y se transformaron en un escalar, una competencia, una verticalidad cuya cima no es siquiera el cielo, sino la última de un montón de cabezas. Querer ser el nuevo Facebook/Twitter, por ejemplo, no es digno de los ideales primordiales de esta empresa supuestamente visionaria.

"Ambicioso" es un adjetivo ideal para Project Glass. Y la ambición -dijo Oscar Wilde- es el último refugio de todo fracaso. A pesar de esta crítica, Project Glass es también original (al menos no es otro iPhone), y deseo sinceramente que Google encuentre la grandeza en evitar el generalmente inevitable destino reservado a todo aquél que intenta volar demasiado alto con alas de cera.

Seguramente, Google trabaja en muchísimas otras cosas que aún no son públicas, y esto le asegura en cierta medida no caer jamás. Pero también es ése el problema, porque apostar sus fichas de manera tan dispersa es precisamente lo que le hace restar importancia a uno, dos y tres de sus fracasos, que quizá se hubiesen evitado con un simple cambio de enfoque, cosa que Google parece haber olvidado hacer desde que, a la fecha, a dado de baja muchos más servicios y productos de los que actualmente ofrece en funcionamiento, dejando a sus usuarios con una sensación de descubrir que a Papá Noel no le importa si nos portamos mal o bien, siempre que él tenga el monopolio de los juguetes.