Cibermitanios

Leyes simples, fenómenos complejos

Nuestra naturaleza, como la del perro, es perseguirnos la cola.
Dichosos sean los perros –dije una vez–, porque ellos sí pueden tocar a sus dioses. Nosotros, en cambio, debemos imaginarnos su presencia. Como máquinas de racionalizar, si no comprendemos algo, nos inventamos una respuesta. Supersticiones y tabúes rellenan los huecos que la ignorancia deja y que no podemos aceptar. Tal vez nuestra naturaleza, como la del perro, sea perseguirnos la cola eternamente...



Este comportamiento muestra cómo la complejidad (social, en este caos caso) puede surgir espontáneamente por una simple regla que sigue cada una de las partes del todo: acceder a la leche. Los cachorros, por supuesto, no saben qué ocurre a gran escala, no son conscientes del fenómeno colectivo que generan al interactuar ni de que aparecen en YouTube ni de cuál es el color del universo. Sorprendentemente, no hay diseño ni objetivo en la espiral, sólo caos y una ley.

Otro caso similar es el de la sierra circular de las hormigas. Si bien el efecto se parece al de los perros, su causa es muy diferente: cada una sigue a la anterior. Sigue habiendo, de todos modos, una única regla extremadamente simple, que a la larga origina un fenómeno complejo (no "complicado", sino simple, pero ordenado por una ley).



Bajo circunstancias poco claras, de vez en cuando una hormiga curva su camino y el resto la sigue; la primera, a su vez, sigue a la última, creando un vórtice en el que la historia se repite a sí misma.

De más está decir que cada hormiga ignora por completo lo que sucede en el conjunto. De hecho, ninguna de esas gotas en el fluido de hormigas realmente conoce el camino de regreso a casa. Cada una depende de la anterior y de su rastro de feromonas, que funciona como las migas de pan de Hansel y Gretel. Lo mismo hace la Humanidad con ideas ajenas, en números mayormente malos que buenos.



En algunos casos, una hormiga rebelde puede desviarse de la vorágine y romper el hechizo colectivo. Son estos individuos "estúpidos", incapaces de cumplir con la simple orden de la Madre Naturaleza de seguir a la más cercana, los que pueden evitar el colapso de una sociedad que reanda sus pasos en un círculo vicioso.

La mayoría de las veces, sin embargo, la espiral crecerá como el agujero negro de un universo paralelo donde lo más rápido es la velocidad de la hormiga. Su horizonte de eventos podrá llegar a tener cientos de metros de circunferencia y las hormigas lo orbitarán hasta morir de hambre o agotamiento. La singularidad se da incluso en simulaciones.



Los grandes y complejos eventos del universo funcionan de modo similar, siguiendo simples reglas de la física que traen orden, complejidad al caos: desde la perfección de la maquinaria biológica de la célula y el organismo, que obedece a pocas y muy simples reglas que llamamos metabolismo y evolución, pasando por los incontrolables movimientos sociales que emergen del comportamiento colectivo, hasta la formación, configuración y equilibrio de los astros, que siguen el surco gravitatorio de los más masivos, como las hormigas al rastro químico... todo por una sencilla ley de atracción.

Para la liviana hormiga, unas cuantas feromonas tienen tanta fuerza como la gravedad del planeta de la que todos somos diminutos y perezosos satélites. Y quiero señalar aquí que la gravedad no es una fuerza, sino una ley. De hecho, el Dios de una Biblia fiel hubiera dictado en la primera página: "Cuanto más masivos sean los cuerpos y más cercanos se encuentren, que con mayor fuerza se atraigan". Nótese la diferencia entre la ley y la fuerza. Luego agregaría la divinidad: "Y que nadie se dé cuenta hasta que Newton esté al pedo, así hay tiempo de que todos crean que son el centro de la creación".



Toda esa complejidad espiralada es fruto de una simple ley. Quizás el corolario más complejo y misterioso de todos sea la mente humana: nada impide teorizar que una constelación de neuronas haga emerger el fenómeno de la consciencia a partir de reglas individuales irrisoriamente simples. ¿Podrá, entonces, una sola neurona alterar los ciclos de la mente, o –más importante– un solo individuo desarmar una milenaria tradición?

La más violenta explosión de un astro puede hacer tambalear a su galaxia, pero no cambiará la ley de gravedad. Podría incluso un mega agujero negro arremolinar y succionar todo el cosmos hacia un punto donde la ley no se cumpla, pero ésta no dejará de existir mientras haya una partícula flotando en otro punto del universo, suficientemente lejos de la anomalía cuya fuerza tiende a ser global.

Pero no hagamos como los yanquis de las películas, a quienes les importa más a qué universidad ir que cuál carrera estudiar. Cuanto más fundamental es la ley, más amplio es su efecto: primero vienen la gravedad y los astros; luego la evolución y las especies; después el neocórtex y la mente humana, cada caso influido por la ley y la fuerza del anterior. Y recién después de todo eso y mucho más –aunque parezca un fenómeno más amplio– aparece la sociedad. Esto puede significar que, hasta que no cambie algo dentro del ser humano, del individuo, no se modificará lo colectivo más que momentáneamente.

hormigas

Tal vez algo inmutable y fundamental mueva a la conducta humana impidiendo un cambio radical y, aunque pueda desarmar y reensamblar el puzzle mil veces, tienda siempre a caer en espiral al rededor de su primitiva mentalidad animal y tenga sobre su propio destino la ferocidad de un tiburón en la selva. O quizás no, y finalmente la Humanidad sea capaz de cambiar no sólo su naturaleza sino incluso de desviar las estrellas a voluntad. No hay precedentes con los cuales comparar (la vida es la última moda del universo) pero, por ahora, sabemos que el desvío de Newton no fue suficiente para destruir por completo la ilusión. Ni el de Darwin. Ni el de Freud...

Quizás alguna inteligencia superior ya libre de los bugs de una primitiva ley nos observe con la ternura que despierta la danza de los perros al rededor de la leche. Pero hay esperanza para nosotros: a veces nos damos cuenta del absurdo en el que estamos imbuidos. Por ejemplo, en mi paladar hay una ley que dice: "Cuanto más fina es la masa, más rica es la pizza". Pero todo tiene un límite. La pizza no puede ser demasiado plana, sino que debe tener al menos dos o tres dimensiones. Con menos, se torna incomible.