Cibermitanios

La musicalidad del habla y las emociones

La música es el lenguaje universal. Pero ¿por qué decimos eso?
Decimos que la música es el lenguaje universal, pero, ¿por qué decimos eso? ¿Podemos comunicarnos musicalmente con otros animales? ¿Y con extraterrestres? Habría que ver, primero, por qué es un lenguaje y luego qué tan universal es su potencial. Por hoy, voy a centrarme en el ser humano y su relación con la melodía y a tratar de demostrar que todos sabemos cantar y que todos nos comunicamos musicalmente...


Según Wikipedia, la música es:

El arte de organizar sensible y lógicamente una combinación coherente de sonidos y silencios utilizando los principios fundamentales de la melodía, la armonía y el ritmo mediante la intervención de complejos procesos psico-anímicos.

Notemos primero que la definición puede aplicarse tanto al autor de la música como al oyente: ambos utilizan mecanismos psicoanímicos para organizar los sonidos, unos para codificarla y otros para decodificarla. Entonces, hay en la música un mensaje y, por lo tanto, es un lenguaje...

De hecho, es bastante claro que la música es el lenguaje de las emociones (te convenceré más abajo). También es claro que si alguien quisiera hacer música basándose en las instrucciones de la enciclopedia se vería en graves problemas. Mejor empecemos desde cero. Bueno, no literalmente desde cero... Mejor asumamos que ya ocurrió el Big Bang y que la vida se manifestó en la Tierra y evolucionó, porque vamos a necesitar nuestros cerebros y oídos. Pero más o menos desde cero: desde dos...

La música está formada por sonidos organizados rítmica, melódicamente y armónicamente. Cualquiera de las tres partes requiere un mínimo de dos sonidos para existir, así que tomaré ese número como base: bastan un tic y un tac para crear una estricta noción rítmica, y alcanzan dos notas superpuestas para formar una armonía. Lógicamente, también con dos notas puede hacerse una melodía, aunque una muy básica (lo cual es genial, porque son las bases lo que trato de encontrar). Pero la melodía y la armonía, a diferencia del ritmo, no son tan simples porque constan de dos sonidos diferentes.

Cuando estas dos notas diferentes son simultáneas, tenemos armonía; si no, tenemos melodía. Esta aclaración que parece estúpida no lo es cuando se piensa: solemos hablar figuradamente de la "armonía" de muchas cosas cotidianas, e incluso de determinado "ritmo de vida", pero jamás de sus "melodías". Esto solo sugiere que la melodía es algo mucho más difícil de identificar para el ser humano, probablemente porque requiere sostener una atención en el tiempo, cosa que la mayoría de nosotros no está entrenada para hacer (para la armonía, eso no hace falta). No solemos apreciar del mismo modo los largos pentagramas de una vida humana, por ejemplo, porque el desarrollo melódico es demasiado lento y gradual para nosotros y tan complejo que se nos pierde en la inmensa armonía de su interactuar con otras partituras en desarrollo.

Dejando de lado este riquísimo plato metafórico para que lo degustes más tarde a voluntad de tu apetito filosófico, volvamos a la desnudez de la melodía musical: doce sonidos sin textura, una especie de código Morse que, en lugar de rayas y puntos, se compone de sonidos distintos (ya no en duración, sino en altura). Esas doce letras del lenguaje musical –incluso sólo dos– bastan para transmitir un mensaje claro, y no hará falta analizar una obra completa de Mozart para demostrarlo:



Emociones más complejas requieren partituras más elaboradas, pero esta es la esencia: dos notas = una emoción. Y nótese que el mensaje emocional es doble: contiene las emociones del emisor, pero también apela a una respuesta emocional del receptor. Por ejemplo, la melodía del enojo tiende a crear una respuesta de miedo o tristeza, y así con el resto.

Lo importante es que todos cantamos cuando hablamos, y afinamos bastante bien. Incluso perdidas entre los motivos típicos de cada región, las melodías emocionales subsisten en todas las lenguas humanas. Es más: estas combinaciones son tan simples y claras que hasta mi perro las entiende, realmente las entiende, al menos en el sentido en que hay una comunicación: si le lanzo un "¡lindo perrito!" entonando una quinta ascendente, va a tratar de esconderse.

Iba a seguir con una interpretación bastante compleja sobre este tema, y estaba a punto de hacerlo cuando una neurona me dijo: "¡Pst! ¡Sóu-jápi!", lo cual, en idioma de neurona, significa que yo no podría explicarlo mejor que la canción del genio de Steve Vai, So happy. En ella, se supone que Steve es un bebé y que oye a su madre hablarle, pero, como no puede comprender sus palabras, presta más atención a las melodías del discurso:



Quizá fue así como Vai comenzó a amar la música y a preferirla como lenguaje. También supongo que más tarde su mamá se volvió completamente loca y el pequeño Steve aprendió a hablar así:



Algunos pasajes pueden parecer un combo como :) :) :| :( ;) :) :| :/ :X :/ :) :D...

Y quizá sea esta una mejor notación musical después de todo, porque la música es un lenguaje que se procesa con otra parte del cerebro. No pasa por el centro de la lógica, donde las palabras (o notas en un pentagrama) cobran sentido, sino que se desglosa de forma onírica, como la belleza. Es un lenguaje puramente estético, y la estética es un fenómeno que, por mucho que pueda describirse, no puede ser predicho, ya que su existencia se relaciona con un caos emocional primitivo. Y no somos el único animal con emociones, pero de eso hablaré otro día.

La música tampoco puede ser tan precisa y concreta como las palabras, pero es justamente esa cualidad abstracta la que la hace preciosa. Y el aprecio, por supuesto, es subjetivo. Imagino muchas personas apreciando un diamante por su belleza y hasta por su supuesta escasez (que no es tal como dicen), pero pocas por una tercera razón más profunda: el diamante es exactamente el mismo elemento que el carbón... como la música quizás sea fundamentalmente emociones alineadas.